Sólo unos segundos y ya todo es distinto.
Mis ojos ven a pesar de tenerlos desencajados y mis oídos sólo escuchan el crujir del metal masticado por el asfalto, mis músculos se agarrotan aferrados a un volante que ya no responde, no siento dolor, ni angustia, solo una quemazón que poco a poco va amortiguando el estruendo y dejando tan sólo el zumbido sordo de mi corazón.
No quiero abrir los ojos, los aprieto con fuerza y dejo que sean mis oídos los que me alerten y me ubiquen donde estoy. Escucho el tráfico y alguien gritando -"¿Estas gilipollas o qué? Quítate de en medio inútil" Y los abro lentamente.
Apenas me quedé traspuesta unos segundos mientras esperaba en doble fila que Tomás saliera del estanco, y otra vez el mismo sueño.