Esta piel compartida que albergó tanto amor,
tantas ilusiones, vivencias y semillas geminadas.
Esta piel que forjó el hogar de miradas,
sonrisas y palabras dichas a medias,
de esfuerzo, sudores y lágrimas amargas,
devueltas al océano del amor.
Esta piel que un día fue ligera, voluble y etérea,
nos arropó el alma fundiendo las dos en una.
Hoy pesa como piedra de granito,
contribuyendo barreras que no dejan pasar la luz,
que nos envuelven como manto de negras sombras,
sofocando el llanto y ahogando los gritos.
Este pellejo endurecido nos convierte en extraños insensibles,
aferrándonos a esta inquina, sin saber porque razón.
Quién sabe si un día el tiempo nos juzgue
y nos muestre lo que no quisimos ver,
lo que dejamos que el viento arrastrase
llevándose esta piel, dejándonos en carne viva
y sin poder retroceder.
