Anudé mi pañuelo a tu brazo,
y sobre el yelmo dibujaste
un corazón, bajé la mirada
al suelo y una sonrisa
en mis labios apareció.
Mi nombre en tu boca sonó
como suenan las cuerdas
de un arpa, en las manos
de un trovador...
Caballero que en tu lanza
llevas atado mi corazón,
no lo dañes en esta justa
que tan sólo se llama amor.
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