Déjame mi Dios subir
de tu mano al calvario,
que sólo así sentiré como queman
las llagas de tu costado.
Deja que cargue en mis hombros
de tu martirio el madero,
que sea tu huella la mía
la que a sangre marque tu suelo.
Deja que sea tus pies
y poder llevarte al cielo,
con la cabeza inclinada
y el alma como pañuelo.
Deja que sea mi Dios
un humilde costalero,
y sentir con orgullo y pasión
tu dolor en todo mi cuerpo.