cuando el calor aprieta
y el sueño ausente pasea,
me gusta sentarme bajo
las estrellas
y ver como parpadean.
A lo lejos murmura el pueblo
de farolas encendidas
anaranjadas y mortecinas.
Callado y tranquilo respira,
de fachadas blancas
y puertas bien barridas.
En las aceras sillas de anea
donde los abanicos
ágiles bailotean.
Y en la oscuridad de mi atalaya
paso a versos lo que recojo
con la mirada.
Este poema va dedicado a unas hermanas que me han animado a seguir y me han echo sentir importante en este pueblecito que compartimos aunque sea a temporadas. GRACIAS
La humildad de esas palabras, pero lo certero de donde apuntan y hacen blanco, habla de quien las escribe, sin duda una persona de corazón grande y noble.
ResponderEliminarNo mas noble que quien las comenta, gracias por tu comentario y por seguir leyéndome. Un abrazo amigo!!!
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