resbalan en tú rostro,
dejando surcos de tristeza
y mojando de melancolía
tú cuerpo.
Mis manos se esmeran
en cubrirte como un manto
de amor y silencio,
y protegerte de la humedad
de su llanto.
Limpiare tú cielo
de algodones manchados,
y dejare que brille el sol
y devuelva la luz
a esos ojos cansados.
Cuando todo se sosiegue
y no quede tristeza,
ni melancolía, ni humedad
de ese amargo llanto,
seguirás encontrando cobijo
en las manos de quien siempre
te quiso tanto.
Gracias a ese ángel de la guarda, que aun sin estar, siguen sus manos siendo nuestro manto...